¡Calmarse! ¡Esa palabra tan fácil de decir y tan difícil de conseguir!

Solemos pedir a los niños que se calmen y la mayoría de las veces lo hacemos gritando porque nosotras ya hemos perdido la calma hace rato. Cuando pasa el huracán, tras llantos, gritos, enfados, tensiones, amenazas y nervios, aparece la culpa. Todas queremos a nuestros hijos con locura, pero en ocasiones, la vida nos pone al límite y nos ganan las emociones. 

En los últimos años se habla mucho sobre el perdón. Se lía una gorda, perdemos la paciencia, pedimos perdón a nuestros hijos porqué somos humanas y parece que con eso todo quede arreglado. La verdad, creo que con pedir perdón no basta. Está bien hacerlo, pero estaría mucho mejor no tener que disculparse continuamente por perder los nervios.  Cuando eso sucede a menudo, quizá deberíamos pararnos a analizar que está sucediendo en nuestra vida que no nos permite tener una relación en calma con nuestros seres queridos.

Hace ya unos 13 años, Me encontré en una de esas situaciones en las que, tras el caos, todo se vuelve oscuro y te duele hasta el alma. Un grito de esos con los que ves que la cara de tu hijo es una mezcla entre no entender nada, tristeza por ver a su madre gritarle y miedo por encontrarse desamparado. Un antes y un después, un instante en el algo por dentro se rompe del todo y te impulsa a luchar para que aquello que te hace estar mal, no vuelva a vencerte jamás.  

En casa, tanto Javi como yo, hemos hecho un largo proceso de trabajo emocional que nos ha ayudado mucho a todos a saber detectar lo que nos ocurre, a tomar tiempo respirar, a buscar solución al problema o dejarlo pasar si no podemos hacer nada, a anticiparnos a situaciones que nos puedan afectar para prevenirlas, a hablar hasta el infinito entre nosotros y utilizar herramientas de todo tipo para centrar el foco en lo que necesitamos en cada momento.  Además buscamos constantemente la forma de ayudar a nuestros hijos a que ellos también encuentren la calma, pero está claro que debemos empezar los adultos para ser el ejemplo. 

Utilizamos muchas herramientas dependiendo de lo que queramos trabajar. Tras mucho observar y analizar, vi que mi hijo mediano necesitaba aprender a escuchar su respiración y a centrarse en solamente una cosa. Desde que nació ha tenido hipersensibilidad a todo lo que le rodea y le ha sido extremadamente difícil centrarse en un solo estímulo. Cualquier imput que para la mayoría de niños es normal, para el era un motivo para desbordarse. La luz muy alta, el ruido, los tonos de voz elevados, algunas texturas en las telas, la comida, etc. La cosa más normal del mundo, en casa era como apretar el botón de una bomba nuclear.

Mientras hacía algo, tenía sus sentidos puestos en todas partes porque para él había estímulos interesantes siempre. Así que podía tener la vista en una actividad, el oído en otra, oler algo y querer salir corriendo para saber de donde venía ese olor. Todo sin parar de moverse, por supuesto. Había días que acababa realmente agotado al no poder controlar tanto estímulo, y eso que vivimos en el campo y sin ir a la escuela, que ya es un ritmo bastante calmado. Así que buscamos recursos para ayudarle a ir pasito a pasito sin agotarse tanto.

En la propuesta de las fotos, tenía que observar la llama de la vela, pensar cuándo estaba preparado, cerrar los ojos, respirar, escuchar su respiración y cuando ya no aguantara más con los ojos cerrados, soplar la vela. Al lado había un reloj de arena que marcaba el tiempo que aguantaba con los ojos cerrados. Las primeras veces no consiguió aguantar demasiado, tras varios intentos y unos días, consiguió abrir los ojos cuando ya había acabado el tiempo del reloj. 

Esta fue su primera vez y como veis, no podía cerrar los ojos de forma relajada, tenía que hacer un gran esfuerzo y hasta se ponía las manos delante para no abrirlos porque él quería aguantar. Poco a poco lo fue consiguiendo.

Puede parecer una tontería, hoy en día estamos acostumbradas a propuestas super rebuscadas, contra más complicadas mejor, y nos olvidamos de lo sencillo, que es justo esto. Parar y respirar. Dedicar unos minutos a propuestas como esta, ayuda a bajar el ritmo, las pulsaciones, a tomar conciencia de cómo respiramos y a calmar la mente. Y no son ejercicios solo para niños, a los adultos nos hacen mucha falta.

Mi familia, a la que agradezco cada aprendizaje.

Podemos ayudar a nuestros hijos con pequeñas actividades como ésta, hay mil cosas para hacer. Nosotros no dejamos de implementar siempre cosas nuevas, y vuelvo a remarcar que podemos ayudar a nuestros hijos, pero el trabajo está en los adultos. Un adulto sin calma no la va a poder transmitir jamás a sus hijos. 

 

Quizá ahora todo pueda parecerte imposible porque el ritmo de vida es tan acelerado que no nos permitimos ni un instante para pensar. Las expresiones no tengo tiempo, no llego a todo, no me da la vida, ahora no puedo meterme en nada más, son de lo más comunes. Y yo te digo, si no es ahora ¿cuándo? Tus hijos te necesitan en calma ahora, no cuando se hayan ido de cada. Si ahora no puedes invertir tiempo en eso ¿podrás invertirlo después en recuperar lo que el caos provocó?

Yo desde luego, decidí que esto era prioritario, por mi, por mis hijos, por mi pareja y por toda mi familia. No imaginas cuánto agradezco ahora haber invertido tiempo en cualquier cosa que nos ha acercado al equilibrio. No puedo estar más feliz y te aseguro que he vivido muchas tormentas con las emociones a flor de piel. 

Todo empieza en ti. 

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