En pro de “yo lo que quiero es que mi hijo sea feliz” y otras historias de las que hablaré otro día, estamos llegando a punto en el que las nuevas generaciones están recibiendo una educación bastante confusa y me atrevo a decir que errónea en muchos aspectos. 

En un mundo en constante evolución, las prácticas educativas no están exentas de cambios y adaptaciones. En las últimas décadas, hemos sido testigos de la creciente difusión de la educación respetuosa, una filosofía que busca empoderar a los niños, promover su autonomía y fomentar relaciones basadas en el respeto mutuo. Sin embargo, como en cualquier tendencia, el riesgo de caer en extremos siempre está presente. Hoy, es importante reflexionar sobre cómo algunos de estos conceptos han sido malinterpretados y aplicados de manera excesiva.

La educación respetuosa es, en esencia, una invitación a establecer un equilibrio entre el respeto por el niño como individuo y la necesidad de guiarlos hacia un camino de desarrollo saludable. Uno de los errores más comunes en la actualidad es confundir el respeto con la eliminación de las normas y límites. Respetar, nada tiene que ver con permitir que los niños hagan cualquier cosa que deseen sin consecuencias ni guía, se trata de acompañarlos en su crecimiento, enseñándoles a tomar decisiones informadas y a entender las implicaciones de sus acciones.

Podría hablar de muchos temas, pero hoy voy a centrarme en el miedo a que los niños crezcan con algún trauma. Tengo la sensación de que el concepto de “trauma infantil” también ha añadido una capa de complejidad a la educación. Si bien es cierto que algunas experiencias pueden tener un impacto negativo en el bienestar emocional de un niño, no todas las situaciones que causan incomodidad deben ser catalogadas como traumas. La sobreprotección excesiva en un intento de evitar cualquier situación desagradable puede privar a los niños de oportunidades para desarrollar habilidades de superación y resiliencia.

Es importante reconocer que, en efecto, algunas situaciones pueden dejar una huella negativa. Ejemplos como el abuso sexual o los malos tratos, son experiencias profundamente traumáticas que pueden tener consecuencias devastadoras en la vida de un niño y su bienestar mental a largo plazo. Otros ejemplos como el abandono, la falta de cuidados o de cariño, los gritos continuados, los desprecios constantes, etc, pueden generar también grandes conflictos internos. Pero situaciones como que un niño no tenga un iphone como sus amigos o la ropa de marca, no tenga permiso para salir a ciertos sitios a determinada edad, no pueda hacer cosas que por edad no le tocan, tenga que limpiar en casa o prepararse su bolsa para un campamento, no van a crearle un trauma. Leo contínuamente la excusa de que los niños son niños y tienen que disfrutar ahora, por supuesto, pero eso no implica que no deban tener algunas responsabilidades o comprender que hay cosas que no son posibles. 

Incluso si voy más allá, un rechazo en una prueba de selección, hacer un deporte de equipo y no poder jugar hasta estar preparado, recibir una crítica a algo que puede mejorar, vivir una discusión con amigos y otras experiencias de este tipo, son importantes para el desarrollo y debemos dejar de intervenir tanto y de hiperproteger. Si no te han seleccionado tendrás que trabajar más, las metas requieren constancia y algo de esfuerzo. Si no juegas un partido porque aún no estás preparado, toca entrenar más. Si te discutes con los amigos, tienes que aprender a resolver esos conflictos. Son pequeños entrenamientos para la vida, importantes y necesarios.

Aquí es donde la educación respetuosa encuentra su verdadero desafío: diferenciar entre situaciones realmente traumáticas y las que, aunque pueden ser incómodas para ellos, forman parte del crecimiento personal.  

Hay restaurantes llenos de niños comiendo con el móvil para evitar la incómoda situación de que un niño pueda molestar, o no comer. Una distracción que hace que ni adulto, ni niños, tengan que enfrentarse al desafío que puede suponer comer sin móvil. Aclaro que no estoy en contra de los móviles, mis hijos tienen uno, Es solo un ejemplo de una situación muy común hoy en día. 

La sobreprotección excesiva, en un intento de evitar cualquier tipo de incomodidad, puede en realidad perjudicar su capacidad para manejar situaciones adversas en el futuro. Otro ejemplo puede ser la negación de la frustración que viene con perder en un juego o no obtener algo que desean. A pesar de la incomodidad momentánea, estas experiencias pueden enseñarles a lidiar con emociones negativas y a encontrar formas constructivas de afrontar la derrota.

Es fácil para los padres caer en la trampa de pensar que cualquier contratiempo, disgusto o negativa que los niños experimenten pueda causar un trauma irremediable. “No quiero que mi hijo sufra como yo sufrí” Esta mentalidad puede llevar a un exceso de protección, donde cada pequeña incomodidad es evitada a toda costa. 

En este sentido, la educación respetuosa debe buscar un equilibrio. Los niños deben aprender a afrontar y superar ciertas dificultades, pero también necesitan el apoyo y la guía de los adultos para navegar por estas situaciones de manera saludable. Es esencial fomentar un ambiente donde los niños sientan que pueden expresar sus emociones y preocupaciones, y donde se les brinde el apoyo emocional necesario para procesar y superar los desafíos.

 ¡Expresar sus emociones! Otro temazo. En la actualidad, estamos siendo más conscientes de la importancia de validar y comprender las emociones de los niños, pero esto no debe traducirse en estar constantemente analizando y presionando para que expresen sus emociones en cada momento. Si bien es fundamental estar disponibles para escuchar a los niños y ofrecerles un espacio seguro para hablar sobre lo que sienten, también es esencial permitirles momentos de tranquilidad y privacidad. No todos los momentos requieren una conversación profunda sobre emociones. Los niños también deben aprender a procesar sus sentimientos de manera independiente y desarrollar su capacidad para autorregularse emocionalmente.

En lugar de forzar a los niños a hablar en todo momento, es útil ofrecer oportunidades para la comunicación abierta y mostrarles que están respaldados cuando elijan compartir sus pensamientos y emociones. Se trata de encontrar el equilibrio entre ser un apoyo emocional y permitirles desarrollar su propia autonomía emocional. Así, podrán aprender a reconocer y gestionar sus emociones por sí mismos, sin sentir la presión constante de tener que analizar o expresar sus sentimientos en todo momento.

Y todo esto se magnifica en un mundo en el que las personas se encuentran constantemente ocupadas, en el que carecen de tiempo para conectarse consigo mismas, con sus hijos y con sus amigos en un nivel más profundo. La ajetreada vida moderna, marcada por la velocidad y la constante estimulación digital, ha generado un ambiente en el que las relaciones y las interacciones significativas a menudo quedan relegadas a un segundo plano. 

Las conversaciones en una mesa, donde se comparten pensamientos, ideas y emociones, han sido reemplazadas en muchos casos por la constante lluvia de noticias, notificaciones y actualizaciones online,  dificultando el desarrollo de habilidades de empatía, escucha activa y comprensión profunda.

Este escrito es solo una reflexión en voz alta sobre los cientos de temas que rondan últimamente por mi cabeza mientras observo conductas de niños y adolescentes y dinámicas de interacción entre niños y adultos en diferentes lugares que me hacen sentir, que el nuevo rumbo de la educación, no va por buen camino. Espero y deseo que aún sea posible recuperar una educación realmente respetuosa con el desarrollo.